Al espacio, en capas
Una reflexión sobre ética, juventud y belleza interior
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Desde que comencé con Rocan Rol, varias cosas se han ido moviendo dentro de mí.
Como una brújula encendida que decidí escuchar.
Y en estas semanas, asistí a encuentros muy distintos entre sí —académicos, espirituales, cotidianos— pero todos tocaban, sin decirlo, el mismo fondo:
estamos desorientados.
Tal vez no hagan falta más respuestas.
Solo espacio.
Vamos por capas.
Capa raíz: comprender al ser humano
“No podemos hablar de lo que es correcto si no entendemos lo que somos”, dijo el doctor Domènec Melé durante la presentación de su libro sobre ética empresarial.
Mientras lo escuchaba, percibí algo poco frecuente en estos tiempos: un hombre real.
Un hombre de fe.
Un sacerdote que no predicaba, pero hablaba desde una vida espiritual profundamente encarnada.
Eso se sentía en su andar, en su mirada, en su forma de nombrar el mundo.
En su propuesta, la ética no parte de sistemas ni códigos.
Parte de algo anterior.
De la antropología.
De preguntas esenciales:
¿Quiénes somos?
¿Qué nos duele?
¿Qué necesitamos?
Desde ahí, puede construirse una ética que no impone, sino que nace.
Una forma de habitar lo correcto a través del cuidado de nuestra belleza interior.
Capa simbólica: compañía significa compartir el pan
En medio de esa conversación, el doctor Melé pronunció algo simple y profundo:
“Compañía viene de companis: compartir el pan.”
Desde ahí, pensé en cómo se traduce esto dentro de las organizaciones.
No como programas de bienestar, sino como una forma cotidiana de estar:
estar presentes ante la vulnerabilidad,
escuchar sin intervenir,
respetar los silencios.
Habitar el mundo con sensibilidad, sin disfrazar la propia alma.
Ese gesto, aunque pequeño, puede transformar un entorno.
Capa emocional: una herida colectiva
Estos días volví a la universidad donde estudié.
Participé en espacios dirigidos a jóvenes que están por elegir su camino. También a padres que los acompañan con preguntas, miedo, amor.
Vi con claridad algo que ya se venía sintiendo:
La juventud está exhausta.
Incluso antes de comenzar.
Y los adultos, atrapados entre discursos de éxito y estructuras repetidas, cargan con su propio desconcierto.
A veces no permitiéndose el “nose” como acto de humildad generacional.
Escuchar esos diálogos me recordó que una institución —sea familia, escuela o empresa— puede convertirse en un espejo de cómo estamos realmente.
Y en ese reflejo, muchos no quieren reconocerse.
Por eso importa tanto lo que nos decimos a nosotros mismos en cada elección diaria. Una, es el lugar donde elegimos formarnos. Luego en donde nos eligen y elegimos, para trabajar.
Una universidad no es solo un currículo. Es un campo de encuentro con la identidad.
Y un trabajo, la forma en que elegimos hacernos presentes en el mundo. Siendo tal y como ya somos.
Capa íntima: espacio propio
Entre todos estos encuentros, surgió una reflexión que quería dejar aquí.
Muchas personas —en todas las edades— habitan su vida sin habitarse.
Responden, funcionan, rinden.
Pero no se acompañan.
Hablo de la posibilidad de un vínculo más real con uno mismo. Inclusive en el espacio público, no para habitarlo desde el performance, si no como dando un paseo estando en nuestro propio espacio interior.
Donde pueda haber silencio, contemplación y el amable derecho a quedarse callado como forma de cuidado.
Primero, silencio.
Un lugar oscuro, sin ventanas.
Un espacio vacío que nos devuelve, en eco, un latido.
Y así, el Rocan Rol se reinventa.
Hay cosas que no se dicen. Se guardan.
Se normalizan en nombre del profesionalismo.
Se archivan para no incomodar.
Con el tiempo, crían elefantes blancos tan grandes como las organizaciones que los contienen.
Mundos que no logran vaciarse a sí mismos.
Pensamientos flotantes como:
“No me siento valorado.”
“¿Qué sentido tiene esto para mí?”
“¿Dónde estoy parado realmente?”
“¿Es esto ético?”
“¿Por qué sigo aceptando esto?”
“¿Puedo reconocerme aquí siendo introvertido?”
Preguntas que no entran en evaluaciones de desempeño ni en procesos de desarrollo.
A veces, por la distancia entre la intención y la práctica.
Y otras, porque por más “humanas” que se digan las organizaciones,
es difícil que las personas podamos abrir lo más íntimo si seguimos obedeciendo al molde.
Ese molde está lleno de expectativas.
Y así, se agota lo esencial: nuestra libertad.
Todos pasamos por ese vaivén.
Desde niños pequeños hasta los niños que seguimos siendo.
Yo estuve ahí.
En entornos corporativos y creativos.
En cargos de responsabilidad.
Sosteniendo equipos sin saber sostenerme.
Representando culturas que ya no me representaban.
Siendo “exitosa”, equivocándome muchísimo.
La evolución personal es permanente.
Elegimos, aunque no lo sepamos, a nuestros jefes, nuestras crisis, nuestros compañeros, nuestros aciertos.
Elegimos, cada día, quién queremos ser.
Sigo aprendiendo que el poder no está en el control ni en el reconocimiento.
Está en la coherencia.
Una coherencia silenciosa. Con uno mismo.
Desde ahí nace Rocan Rol.
Para acompañar con respeto los dilemas reales que se viven en el trabajo.
No importa el cargo, el sector, o el país.
Lo común es esto:
— El peso de las expectativas
— La incomodidad ética sin nombre
— El estancamiento disfrazado de éxito
— La emoción reprimida que apaga la creatividad
— La expresión del cuerpo cuando ya no puede callar
— La confianza perdida (o nunca tenida)
Rocan Rol no es terapia.
No es coaching.
Tampoco marca personal.
Es una conversación íntima.
Donde ambas personas buscamos algo muy simple y difícil:
coherencia radical.
Un espacio confidencial donde no hay que actuar.
Donde lo profesional y lo personal se encuentran sin juicio.
Porque todo es personal.
Trabajo con personas de todas las edades.
Jóvenes que no quieren perder el centro.
Ejecutivos que, mientras más alto llegan, más solos se sienten.
Personas que deciden rediseñar su brújula interna.
Las sesiones son virtuales.
Confidenciales.
Y si lo deseas, completamente anónimas.
Rocan Rol cruza caminos con la comunicación:
como ciencia, como arte, como lenguaje esencial.
Cada persona en su propio y sagrado ritmo.
Let’s Rocan Rol.
